Ya no quiero hibernar en el momento en el que tomo té.
Y soy feliz, muy feliz.
Con meseros que nos ignoran y fuentes atractivas para perros, jamones en exhibición, chocolates con causa, y tareas francesas, mágicamente se me van los pensamientos hechos con telarañas oscuras y sucias.
Mágicamente.
Mágicamente, como las plumas blancas que aparecen sin avisar, y vuelan, vuelan, vuelan, y sacan una sonrisa oculta; esas plumas que provocan que imagines el mar y lo escuches cantar; las que existen por una razón, una razón tan simple, pero tan secreta.
Aquellos olores que atraen, esas esencias que sonríen, juegos tontos, polvos que colorean un sabor, y una sorpresa en la lengua con el tercer, o cuarto trago.
Con esas pequeñas cosas sonrío y me tranquilizo, cierro mis ojos y me siento bien.
Estoy tranquila.
Estoy bien.
Este post fue escrito sin haber utilizado la letra D ni una sola vez (salvo ésta)