14 de julio de 2011

Brazos.

Cuando estás mal, mágicamente consigues la atención de todos, y que todo mundo se preocupe por ti. Consigues importarle a alguien.
De repente los tienes a tu alrededor, mirándote, abrazándote, llenándote de sonrisas. Nadie te juzga por lo mucho que lloras, nadie cuestiona tu dolor, nadie deja de sentir lástima por ti.

Te encanta sentirte importante por cinco minutos.
Por eso nos hundimos en nuestras propias vidas miserables. Por eso hacemos más grande cada pequeño problema, malestar y emoción que tengamos. Por eso exageramos y creamos dramas por cosas insignificantes.
Porque nos encanta mostrar nuestro sufrimiento, nuestro enorme dolor, nuestras odiadas vidas; para jamás salir adelante, y así, poder convertirnos en nuestras propias víctimas.

Cobardes.


4 de julio de 2011

Uno más de zombies.

Hace una semana, soñé que estaba en alguna calle cualquiera, frente a un puesto de quesadillas o algo así; yo le decía a la señora vendedora que me diera un taco de salsa verde, me cuestionaba y me preguntaba que para qué quería un taco de salsa verde, yo le decía que tenía un torneo y la salsa me iba a dar energías y no sé qué más.
La señora me veía raro y me daba mi taco de salsa verde, le pagaba, pero de todas formas no me lo comía.

Me subía a un edificio medio abandonado que estaba junto al súper puesto de quesadillas; un edificio gris, oscuro, lleno de polvo y telarañas.
Entraba a un cuarto y veía a 6 desconocidos. Empezaba a platicar con ellos como si nada, y me decían que se dedicaban a matar zombies.
Fucking great! Matar zombies, lo que siempre había querido. Me anexaba y me quedaba con ellos.

Aproximadamente 30 minutos después, entraba un zombie por la puerta, primero alguien lo golpeaba con una pala, y ya que se había caído, yo lo mataba con un compás, enterrándolo en su cabeza. Sí, un compás.
Qué badass soy, ¿no?
Pero el buen zombie, había logrado morder a uno de nuestros súper compañeros rudos, así que de inmediato se convertía en zombie.
Hacíamos lo mismo; lo golpeábamos, yo le enterraba el compás en la frente, pero no se moría. Le enterramos navajas, cuchillos, más compases, y no, no se moría. Entonces decidimos voltearlo y abrirle la nuca para cortar su cervical y que por fin se muriera, pero mientras abríamos su nuca (con nuestros rudos compases) llegaba un señor viejo con una gabardina larga, y nos decía que al haber tenido contacto con la sangre del zombie, automáticamente estábamos contagiados.
Sí, por alguna razón ya no era necesario que nos mordieran, habían evolucionado o algo así. Así que nos suicidábamos todos.

Pero como en un videojuego de Mario Bros, o algo así, yo volvía...en forma de fichas. No, la verdad no. Volvía siendo una tipa rubia alta y delgada.
Entraba al cuarto en el que estábamos todos nosotros, muertos, y caminaba hacia la ventana. Para ese entonces, yo ya sabía que estaba soñando, entonces decidía aventarme por la ventana, pero cuando intentaba salir, resultaba que no cabía por ahí. Llegaban dos personas más; un hombre de cabello gris, y una mujer joven que empujaba un refrigerador. Yo lo abría, y encontraba ropa e intestinos. Nada de esto me sorprendía, porque al parecer era bastante normal.

Y entonces desperté.