23 de agosto de 2011

Así sucedió.

Siempre pensé que decir que la vida te deja sin aliento cuando menos lo esperas era un cliché de lo más ridículo, estúpido, genérico, y patético; y tenía razón, sí lo es.

La diferencia es que te deja de importar si es estúpido, genérico, ridículo o patético cuando lo dices de verdad, cuando te das cuenta de lo que en verdad se siente que las cosas te dejen sin aliento, de que hay cosas que nunca vuelven, y otras en las que alguien más tenía razón, de que en realidad todo mundo se va para dejarte ir como llegaste: solo; la sensación de que sacaste todo el aire que tenías en los pulmones en un suspiro que pareció ser más corto que un parpadeo porque te das cuenta de que nunca serás quien quieres ser, y aquellos momentos a la mitad de la noche en los que no puedes dormir porque tienes un enorme nudo en la garganta que amenaza con matarte, pero aún así confías en que tu piel seca y maltratada sea lo suficientemente resistente como para que no sudes sangre caliente y pegajosa y poco a poco salga aquel nudo por cada poro de tu piel, para después hacer que tu cabeza estalle y manche las paredes blancas que pintaste hace 3 días.

Wakey-wakey, es hora de salir del sueño y enfrentar lo que debes, salir a la banqueta y hacer lo que toda la vida te enseñaron que estaba bien, a pesar de que nunca nadie te pudo dar una explicación clara y verdadera sobre por qué se hacía así y no de otra manera.

Párate frente a un espejo, mírate a los ojos, y no me digas que no te mueres por patear su estómago, después chocar su nariz contra tu empeine, y después moldear su cara con tus puños hasta que sangren y tengas un diente enterrado en la palma de la mano sin saber cómo diablos llegó ahí. Niégalo, niega que desde hace tiempo tienes ganas de hacerlo.

Niega que tienes corazón y que te mueres un poquito cuando lo ves bajar la cabeza y después sonreír, mirarte con cariño y acomodarse el cabello porque el viento lo despeinó. Niega que hace menos de una semana se te aceleró el corazón y te quedaste sin aire tan sólo porque sentiste su mano cerca de la tuya, y después de tanto tiempo, jamás te había pasado con tal intensidad.

Niega que eres una persona sumamente estúpida y llorona y todo el tiempo prefieres quedarte callada por miedo a que se den cuenta. Niega que aún tienes aquellos pensamientos tan difíciles de ahuyentar, y todavía te cuesta trabajo cambiar de tema. 
Niega que tienes miedo de que ella haya tenido razón con lo que te dijo toda la vida.

Niega que al menos una vez a la semana te dan ganas de llorar y correr hacia sus brazos cálidos y reconfortantes.
Niega que te duele, y que estás harta de todos ellos, niega que ni siquiera haces un esfuerzo, niega que no eres fuerte ni perseverante, niega que te dolió.
Niega que aún te importa.


Niega que eres tú quien escribe esto. Inventa un pretexto, una enfermedad, no puedes ser tú quien piensa así, no puedes ser tú quien escribe así. Finge demencia.


Niega que existes. 
Niégalo, a ver si puedes.

1 comentario:

Alex Kim dijo...

Niega que hay gente que te quiere y que estara ahi porque saben cumplir promesas de verano sin sentido.