19 de marzo de 2011

Y si es un mal post, no me importa. Me pagaron por escribirlo.


Ahí estaba Elena, escondida entre los arbustos, afuera de la casa de aquella mujer que tanto odiaba.

Pasó 3 semanas espiándola, observándola a cada paso, a cada suspiro, todo lo que hacía, todo lo que decía; era una mujer tan predecible que se tornaba asquerosamente aburrida, pero eso no quitaba el odio que Elena tenía por ella, eso no quitaba lo patética que era ante sus ojos, eso no quitaba los pensamientos enfermos que le provocaba.

“Mariana”- pronunció entre dientes llenándose de odio y rabia, rencor y apatía. Amargura inminente. Nunca había despreciado tanto a alguien como a ella, nunca se había sentido tan decidida en algo así.
Eran las 8 de la mañana, y como todos los jueves, Mariana saldría al centro comercial a hacer las compras de la casa. Siempre salía temprano para llegar cuando hubiera menos gente y más productos en buen estado. Era una mujer demasiado perfeccionista.

Mariana se dirigió en su camioneta impecable hacia el centro comercial, entro al estacionamiento techado, buscando un lugar cercano a la puerta principal para no tener que cargar sus bolsas por mucho tiempo.
Justo al bajar de su camioneta con la ligereza de una pluma, se quedó petrificada al ver a esa mujer que creyó no vería nunca jamás; se sintió débil, y de inmediato el color de sus mejillas se desvaneció, dejándola con una cara pálida y los párpados entrecerrados. Como cada vez que sentía pánico, no se pudo mover. Ésa fue justamente la reacción que Elena estaba esperando; confirmó lo estúpidamente predecible que era aquella mujer, encajando en un estereotipo, como hecha en un molde.

Para Elena fue tan fácil poner cloroformo en la nariz de aquella débil y delgadísima mujer, y literalmente botarla en su camioneta. Tan fácil que ni siquiera necesitó precaución, Mariana no gritó ni mostro quejas, nadie estaba alrededor de ellas, nadie podría saberlo. De inmediato se la llevó a una construcción abandonada en la que su esposo trabajaba, la encerró en donde sabía que nadie entraría y comenzó con su plan que tanto tiempo le había llevado.

La ató por las manos y pies, le tapó la boca con cinta; no se preocupó por cubrir sus ojos, Elena quería que viera todo lo que pasaba a su alrededor, todo lo que le haría, las maneras en las que la torturaría. Al parecer la venganza sí era dulce después de todo.
Comenzó por dejarla sin comer absolutamente nada por varios días, Mariana se debilitó de una manera absurdamente rápida, le costaba hablar, le costaba intentar luchar. Elena siempre disfrutó sus cigarrillos a solas, pero esta vez parecía que valía la pena compartir uno de ellos con su eterna enemiga; Elena fumaba, y fumaba, y fumaba, y por cada bocanada de humo que salía de sus rojos y carnosos labios, quemaba una parte diferente de su piel. Sus brazos, mejillas, párpados, orejas, nuca, tobillos, costillas, pies, senos, estómago, piernas…su cuerpo comenzaba a verse cubierto por quemaduras de cigarros, y justo después, Elena decidió que sería una encantadora idea pasar un cuchillo por encima de todas las heridas.

Al mirar cómo sufría Mariana, Elena se extasiaba de una manera enferma, se reía como si fuera la última vez que lo haría. El sufrimiento ajeno le provocaba un placer orgásmico. Elena la torturaría a más no poder.
En los siguientes días, Elena fue arrancando todas y cada una de las uñas de Mariana, tanto de manos como de pies, y para hacerlo más lindo y emocionante, vertía un poco de limón en cada herida que hacía. Horas después decidió que le sacaría los ojos a Mariana; tomó un desarmador y lentamente comenzó a deshacer sus ojos, a sacarlos, a destruirlos. Mariana gritaba con las pocas fuerzas que le quedaban, luchaba por sobrevivir; con sus manos ensangrientadas trataba de alejarse de Elena, trataba de huir, pero una parte de ella, sabía que era su fin, que no podría hacer nada, que sólo le quedaba esperar y sufrir.

Al día siguiente, Elena colgó a Mariana por los pies, haciendo que toda su sangre circulara hacia su cabeza, saliendo con coágulos y concentraciones por sus ojos, nariz, sus heridas, haciendo que su cara se viera aún más rojiza. En ocasiones, se ahogaba un poco con su propia sangre, provocando enormes ataques de tos; Elena sólo la golpeaba con un martillo para que se callara. No quería que absolutamente nadie la descubriera.

Una semana después de ser capturada, Mariana se encontraba aún más débil, ahora sólo podía escuchar, apenas hablar, pero podía sentirlo todo. Elena decidió que se había aburrido y que ya era hora de dejar morir a su enemiga. En ese mismo cuarto abandonado, lleno de tierra, cavó un agujero y enterró a Mariana, quien se hundiría en su desesperación. En seguida, tomó una cubeta con cemento, y empezó a cubrir el piso de aquella habitación con él. Lo cubrió de una manera tan perfecta y uniforme, que nadie jamás se atrevería a decir que una mujer sería quien hizo tal trabajo. 

Todo rastro de sangre quedó cubierto, el cuerpo de Mariana, aún vivo, yacía bajo varios kilos de cemento y tierra; qué desesperada habría de estar esa mujer, sin embargo, esa fue la mayor felicidad que Elena pudo sentir en mucho tiempo: saber que Mariana sufriría de una desesperación tan intensa hasta morir, era lo mejor que podría pasarle en mucho tiempo.
Elena salió de aquella construcción como cualquier otro día, pero ahora más relajada que nunca, llego a casa, se sirvió una copa de vino y se dispuso a tomar una siesta.

2 comentarios:

Brujo Malo de Ningún-Lugar dijo...

Pobre Elena, nadie merece aburrirse al torturar a alguien.

Alex Kim dijo...

Raaaaaaaaaayos....